Me gustaría seguir psicología y entender. Porque entender es lo
más difícil que uno puede hacer en el mundo. Cada persona es un crisol de ideas, prejuicios, traumas, contradicciones, manías y muchísima mierda
guardada en un cajón, en ese cajón invisible donde vive la lagartija de César Vallejo. Es como si todos tuviéramos unos lentes de sol instalados
por donde vemos la realidad con protección UB. Entonces observados el paisaje
con el filtro cochino de un aire acondicionado que dejo de funcionar.
Conocer no es lo mismo que entender. Mucha gente va por el mundo
recitando el conocimiento ajeno. En mi profesión lo veo a diario. Los
intelectuales son museos repletos de información clasificada. La vanidad
impresa en diplomados, maestrías y doctorados que enriquecen a empresarios de
la educación. La búsqueda de la sabiduría parece se evaporó en la península
de los Balcanes, cuando Sócrates se paseaba con una túnica vieja por las calles
de Atenas. Nadie ama la sabiduría sino la información. El mundo contemporáneo
exige estar informados y alimentar el sistema a través de un barco que hecha
redes sociales. Vivimos a través del lente de una cámara de un Smartphone. <<Es que lo que se ve no se vende>> me dijeron una tarde mientras
paseaba por el malecón de la Habana.
No sé si algún día llegue a entender. Pero seguro en política la
ecuación es infinita. Lo que sucede en Piura es una tesis doctoral sobre la estupidez humana. Desde que mi papá tiene memoria ha visto llover en Piura como Isabel en el cuento de García Marquez. Mi hermano Juan Manuel nació un día despejado, entre 6 meses de lluvia infinita en el año 1983. La lluvia no es novedad para nadie. Aquí ha llovido desde antes que los españoles asomaran sus barbas despeinadas en los dominios del cacique Tangarará. Pero la lluvia nos coje y nos vuelve a coger desprevenidos. Entonces de qué
sirve ser la segunda Región en el país que más aporta en el PBI, de qué sirve
el mango, el limón, la anchoveta, la refinería de Talara, el etanol, los
fosfatos de Bayobar, el ceviche de Pedrito; si una pasada de nube nos convierte en una
pantano fangoso, en una discoteca de zancudos, en una ciénaga putrefacta.
Qué bonito sería entender el amor. Entonces sufríamos menos.
Podríamos despegarnos sin anestesia de aquello que nos hace daño, que nos
impide crecer, que nos coge del cuello y nos jala para atrás, como los pobres
cangrejos del balde. Hemos idealizado el amor al ritmo de un bolero romántico.
El amor es perfecto. No tiene límites. Es el sentimiento más puro que mueve al
mundo. Dios es amor. Coño, no hay forma de ganarle al amor. Seguro es infinito el amor divino, o el amor que uno siente por la humanidad o la
naturaleza. Pero el amor por el otro, el romántico, el que a uno de brota en forma de mariposas del estomago, ese de los poemas de Bécquer, ese mismo tiene fecha de espiración. Por eso a veces el desamor en una pareja es la mejor forma de
liberación y en eso le doy toda la razón a Walter Rizo. Quizás habría que
redefinir el amor, o separar el amor del bueno con el amor del malo. ¿Podríamos
entender el amor?
Para entender a mi mamá hay que estar al corriente con su dialecto típico. Para ella cualquier música moderna es música roquera.
Estar en Tabaco y ron es bailar. El que “se abre y se cierra” es el mueble del
espejo y el “tirabuzón” es un estrecho pasadizo que antes conectaba la
biblioteca de mi papa con la cocina. Cuando mi mamá dice
<<Carácter>> entonces corre porque está molesta. Pasar una velada romántica
significa bailar chic to chic. Mi mamá es chévere.
Entenderme a mí mismo es la asignatura que tengo pendiente.
Hay muchas cosas de mí que no entiendo. Piedras en la que vuelvo tropezar.
Ideas que no puedo abandonar. Rincones de mi ciudadela interior que descubro
todos los días. ¿Se
puede entender a uno mismo?
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