Santa Isabel

Hola Martina. Hoy fue tu último día en Piura. No sé si en el futuro recuerdes mucho a esta polvorienta ciudad donde creciste durante los tres primeros años de tu vida. Piura no es una ciudad particularmente bella. Está metida hasta las orejas en un desierto costero que se abre paso por las calles y avanza en una nube de polvo que causa estragos en las casas. Aquí el sol nunca se devalúa y en los meses de verano se puede freír un huevo en la pista. La ciudad ha crecido mucho y ha dejado de ser la pequeña provincia donde nací hace casi treinta y dos años.

 Cuando, tenía tu edad la vida era más tranquila. No había grandes moles y solo había un cine municipal. Tampoco existía el internet y los celulares inteligentes. Mi felicidad en resumen era ir al parque y trepar en los árboles. Con mis amigos del barrio construíamos cuarteles militares con ramas y hojas que encontramos en el perímetro. Por las noches nos reuníamos a recitar incontables historietas de terror que empezaban con un… <<A mi tío una vez…>> o  <<a mi papa cuando vivía en Talara…>>, y terminaban contundentemente, con un por cautivito lindo que estaba allá arriba... T

Tu tío Juan Manuel era muy bueno contando historias. Siempre las aderezaba como un pollo a la brasa. Las leyendas sobre las apocalípticas profecías de la virgen de Fátima o los misteriosos sueños de Don Bosco eran sus favoritas. Todos los chicos del barrio tenían algo que contar. Los cuentos a veces se repetían. De allí que la dama de blanco que se aparece en la carretera o la niña llorona ya eran mujeres bien famosas.

Todos tenemos un barrio con el que nos sentimos identificados. El lugar donde por primera vez te lanzaste al mundo en una bicicleta, la pared donde contabas a las escondidas o la bodega de la esquina de la señora María Luisa. Mi barrio se llama <<San Isabel>>. Es una urbanización que se fundó en el arenal hace unos 50 años. La casa de tus abuelos en la calle B es una de las más antiguas. En su trazo original, todas las casas tenían el mismo aspecto, como lo es en un campamento petrolero. Todos los edificios eran de un solo piso. Tenían dos puertas en la fachada y un simpático columpio de fierro y madera donde la gente salía a refrescarse.  Cuando tu abuelo compró la casa a una mujer argentina, el edificio ya había sido modificado. Nunca tuvimos ese simpático columpio, pero en compensación tu abuelo construyó una banca de cemento que revistió con azulejos españoles. Ese ha sido desde siempre el rincón de las fotos.  

  

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