La Vie Est Belle: Una corta historia de amor online

Hilaria subió las escaleras y caminó en dirección a la barra. Su silueta esbelta se coló a través del humo del último cigarrillo que dejé en el cenicero. No pude dejar de observarla, pero ella no me vio en ningún momento. Saludó con un beso al cajero venezolano del restaurante, dio media vuelta y despareció. Esa noche fue la primera vez que vi a Hilaria Trujillo. Aún tengo grabado el vestido negro que llevaba puesto. El rojo borgoña de sus labios. Su pelo largo y lacio como una manta de seda oscura y brillante. Todos conocían a Hilaria Trujillo, todos la habían visto en la universidad, en el gimnasio, en la discoteca o manejando su Peugeot 306, todos sabían quién era, todos menos yo.

Desde el antiguo teléfono en mi oficina llamé a Hilaria. Ella contestó sorprendida al ver que el número era desconocido. Yo fingí ser un recepcionista de movistar tratando de ser gracioso. Ella supo que era yo de inmediato y rio largamente. Por teléfono Hilaria fue amable. Me contó que vivía en Chiclayo. Que le encantaba cocinar. Que su especialidad eran los postres. Que le apasionaban los mapaches y su sueño era algún día domesticar uno y llevarlo a vivir con ella. Yo le dije que me gustaba leer. Que era historiador y que estaba a punto de ir a Paris en un viaje familiar que había planificado con varios meses de anticipación. Poco a poco, las llamadas se hicieron más frecuentes. Las conversaciones duraban horas y se transformaron en tertulias interminables. A Hilaria le gustaba hacer videos y enviármelos por whassaup. A mí me encantaba verlos. Los ponía varias veces. Sus ocurrencias espontaneas me alegraban el corazón. Pronto Hilaria Trujillo se instaló como un software en mi pensamiento.

En París todas las noches al final del día me apresuraba a encender mi celular para verla. Hablar con ella a través de la cámara de mi Smartphone era más interesante que las salas del Museo Picasso o los vitrales góticos de la Saint Chapel. Ella escuchaba atenta todas mis historias, como una niña sentada frente a una chimenea. A veces recorríamos mentalmente las calles de Paris y reíamos a carcajadas con las anécdotas del viaje. La relación entre nosotros era tan fluida que yo jamás le volví a decir Hilaria y en su lugar empecé a llamarla <<corazón>> y ella hizo exactamente lo mismo.

    Cuando uno se enamora así, de manera virtual, siempre quedan algunas dudas. Pero con Hilaria nunca tuve ninguna. Estaba seguro que el día que nos pusiéramos cara a cara nunca más volveríamos a separarnos. Cada video y mensaje de voz iba confirmando ese deseo. Yo me había metido hasta las orejas en un piscina llena de ilusión desbaratada.

     Con Hilaria salimos un lunes por la noche. Fuimos al mismo restaurante donde la vi por primera vez y ordenamos una tabla de carnes bien cocidas. En persona Hilaria me pareció encantadora. Llevaba puesta una chompa de lana oscura que cubría la mayor parte de su cuerpo. Parecía una tímida novicia y sus ojos cafés fulguraban mientras ella reía. En sus manos hiperactivas siempre tenía una servilleta. Hacia pequeños bollos que hicieron un hoyo del tamaño de la Atlántida en el mantel de papel que cubría la mesa. No se esforzó en ocultar esta especie de manía ansiosa que la perseguía a todos lados. La noche terminó afuera de su casa. Yo quise besarla, pero ella me esquivó con dos besos en las mejillas. Sonrió otra vez, me dijo que le escribiera cuando llegara a casa, se alejó y desapreció al interior del edificio donde vivía con su familia. Cuando Hilaria recibió mi mensaje a las tres de la madrugada me dijo en pocas palabras que todo había sido noche linda. 

Al día siguiente la llamé para volver a encontrarnos. Me dijo sí. Que prepararía un postre a su papá y que me guardaría un poco para mí. Que en la noche me llamaría para volver a vernos. Pasadas las nueve de la noche, me quedé largo tiempo mirando mi celular, esperando una llamada que nunca llegó. Temí que algo malo hubiese pasado. Algo como la tarde que un ladrón arrebato su celular mientras hablaba conmigo en Chiclayo.

¿Hilaria todo bien? – le escribí por whatssup

Uy Hilaría!!!, si todo bien, por? - Contestó

Solo quería saber que estabas bien - le dije- y como no me has confirmado nada yo creo que mañana podríamos intentar vernos de nuevo.

Hilaria nunca más volvió a contestar este mensaje. De hecho nunca más contestó mis llamadas. Hilaria desapareció de mi vida sin decir porqué y me dejó en los labios un sabor a pan quemado en la puerta de un horno de veintidós años.     



*Todas las buenas historias de amor tienen una canción. Descubrí "Quien Fuera" de Silvio Rodríguez un día después que Hilaria desapareció.

 *La vie est belle, es el perfume francés que elegí para Hilaria en París. Es un olor floral concentrado de felicidad. Para Lancome es un homenaje a la mujer a la que no se impone ningún camino. La vie est belle es como Hilaria, un perfume de la felicidad, de la sonrisa y de la libertad.    

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